Lisandro de la Torre, el político que enfrentó en soledad la corrupción y los negociados de la década infame, nació en Rosario el 6 de diciembre de 1868. Su padre, Don Lisandro, había comenzado a amasar una fortuna como comerciante y la consolidó como estanciero. Su madre, doña Virginia Paganini, culta y enérgica, hablaba a la perfección el francés e intentaba que en la casa de los De la Torre se hablaran las dos lenguas con soltura.
La conflictiva vida de Lisandro registra su primer incidente muy precozmente: en la pila bautismal. El cura Pantaleón Galloso, un conservador que se había negado a casar a una pareja porque habían contraído matrimonio civil, se negó a bautizar al pequeño porque su nombre no figuraba en el santoral. Los padres insistieron y finalmente acordaron llamarlo Nicolás Lisandro.
Cursó sus estudios primarios y secundarios en Rosario y al egresar del Colegio Nacional, se trasladó a Buenos Aires para estudiar derecho. A los 20 años se graduó como abogado con su tesis sobre el gobierno municipal y regresó a Rosario donde tomó contacto con los círculos políticos opositores a la política de Juárez Celman, que pronto confluyeron en la formación de la Unión Cívica en 1889. En julio de 1890, se trasladó a Buenos Aires y participó activamente junto al sector de Leandro N. Alem en la Revolución del Parque. Contará años más tarde: «Yo estuve en muchas de las interioridades de la Junta Revolucionaria debido a la amistad que, a pesar de mi juventud, me mostraban Del Valle y Alem, y actué como centinela del gobierno revolucionario en su despacho del Parque y vi con mis ojos muchas cosas que no aparecen en los partes, que podrían vincularse a trascendentales acontecimientos posteriores«.
Tras la derrota de la Revolución, De la Torre apoyó a Alem, participó en 1891 en la conformación de la Unión Cívica Radical y fue el puntal del nuevo partido en la provincia de Santa Fe. Durante la revolución radical de 1893, el alzamiento de los hombres de Alem contra el fraude y la corrupción del régimen, Lisandro fue el jefe de operaciones en su provincia natal. Junto a un grupo de correligionarios se apoderó de la jefatura de policía de Rosario y avanzó con sus fuerzas, incrementadas por el apoyo popular hacia la Capital de la provincia, donde llegó a proclamarse a don Leandro como presidente del nuevo gobierno revolucionario. Pero en el resto de las provincias sublevadas, los revolucionarios fueron derrotados. Al quedar aislados, los radicales de Santa Fe debieron deponer su actitud.
El espíritu siempre inquieto y cuestionador de De la Torre, lo llevó a preguntarse si habían empleado el método correcto. Necesitaba tiempo para escribir y pensar y se retiró a administrar un campo que le había regalado su padre. Pero el retiro voluntario duró poco. A fines de 1895, Aristóbulo del Valle, el otro referente de los cívicos, lo convocó a Buenos Aires para dirigir un nuevo periódico, El Argentino, destinado a levantar un movimiento electoral contra la candidatura de Roca. De la Torre encaró la tarea con entusiasmo. Pero en enero de 1896, Del Valle murió inesperadamente y en julio del mismo año Alem se suicidó. El radicalismo quedó acéfalo. De la Torre propuso una alianza con los mitristas para derrotar a Roca pero se encontró con la firme oposición del nuevo líder radical, Hipólito Yrigoyen, y decidió apartarse de las filas radicales en estos términos: «El Partido Radical ha tenido en su seno una actitud hostil y perturbadora, la del señor Yrigoyen, influencia oculta y perseverante que ha operado por lo mismo antes y después de la muerte del Doctor Alem, que destruye en estos instantes la gran política de la coalición, anteponiendo a los intereses del país y los intereses del partido, sentimientos pequeños e inconfesables«.
Su indignación con la política de Yrigoyen lo llevó a retar a duelo al sobrino de Alem. Yrigoyen no sabía esgrima y contrató a un profesor para la ocasión. De la Torre, en cambio, era un experto. El duelo se concretó el 6 de septiembre de 1897 y duró más de media hora al cabo de la cual, paradójicamente, De la Torre presentaba heridas en la cabeza, en las mejillas, en la nariz y en el antebrazo, mientras que Yrigoyen resultó ileso. A partir de entonces, De la Torre comenzará a usar su barba rala para disimular las marcas de aquella disputa con Don Hipólito.
Tras el duelo y la ruptura con la nueva conducción radical, De la Torre volvió a Rosario y fundó un nuevo diario: La República, desde donde expondrá sus ideas, cada vez más distanciadas de las de Yrigoyen. De la Torre irá abriendo un nuevo espacio político a la derecha del socialismo y a la izquierda de los conservadores, que se plasmará en 1908 en la conformación de un nuevo partido político: la Liga del Sur. El movimiento surgía para defender los intereses de los departamentos sureños de la provincia de Santa Fe olvidados por los sucesivos gobiernos provinciales. De la Torre pronunció un enérgico discurso en el acto de proclamación de «la Liga», definiéndola como «un acto de protesta y de defensa propia contra la absorción irritante y expresión de fe en las propias actitudes para realizar los fines del gobierno libre. Así surge a la escena esta poderosa agrupación popular. La Liga del Sur no es la liga del sur contra el norte; la Liga del Sur es la concentración de voluntades de los habitantes del sur en defensa de su autonomía y en contra del localismo absorbente de la ciudad capital. Mañana podrá existir la Liga del Norte con la misma bandera».
A poco de fundada, la Liga comenzó a crecer, incorporando en sus filas a figuras influyentes de la provincia, como el Dr. Ovidio Lagos, director del diario La Capital de Rosario.
La Ley Sáenz Peña, de voto universal, secreto y obligatorio, que ponía fin a décadas de fraude electoral, fue sancionada el 10 de febrero de 1912 y aplicada por primera vez en las elecciones de gobernador y diputados nacionales en Santa Fe en abril de ese año. De la Torre fue electo diputado nacional por la Liga del Sur. Presentará numerosos proyectos de ley, entre los que se destacan el que solicitaba la adquisición de tierras por el estado para distribuirlas entre pequeños y medianos productores; el que dio origen a la fundación de la Facultad de Ingeniería de Rosario y hará oír su voz en todos los debates decisivos, lo que proyectó su figura a nivel nacional.
Se acercaban las elecciones nacionales de 1916 y todo parecía indicar que el triunfo sería para los radicales. De la Torre se propuso crear una alternativa política de centro derecha. Así nació el Partido Demócrata Progresista, que quedó constituido en un meeting en el Hotel Savoy de Buenos Aires el 14 de diciembre de 1914. Dijo entonces: «Después de la disolución de los antiguos partidos, participamos del deseo general de crear uno nuevo, no para que haga vivir situaciones y partidos del pasado, sino que inspirados en la alta tradición del espíritu argentino, pueda armonizar con las exigencias presentes y futuras de nuestra sociedad, todo lo que debe ser conservado como vínculo de solidaridad entre las anteriores y las nuevas generaciones«. Y en clara alusión a la falta de experiencia en la administración pública de sus adversarios radicales agrega: «Queremos que ocupen los principales puestos nacionales ciudadanos que hayan dado pruebas suficientes de aptitud para realizar los anhelos permanentes de orden institucional, de progreso económico, de continuidad en la labor de cultura moral e intelectual, fundados a costa de tantos sacrificios de las generaciones anteriores«.
La convención nacional del PDP eligió a Lisandro de la Torre como candidato a presidente para las anheladas elecciones de 1916. Su compañero de fórmula fue el entrerriano Alejandro Carbó, de amplia labor en el terreno educativo, que provenía de las filas del Partido Autonomista Nacional. El nuevo partido cerró su campaña en el histórico local del Frontón Buenos Aires, donde se realizó allá por 1889 la primera reunión pública de la Unión Cívica. Lisandro confiaba en lograr el apoyo de las fuerzas conservadoras, pero éstas desconfiaban de él por su paso por el radicalismo y su amistad con Alem. Tanto el decisivo Partido Conservador de la Provincia de Buenos Aires, como el presidente Victorino de la Plaza le negaron su adhesión. El triunfo sería para la fórmula radical encabezada por su viejo adversario, Hipólito Yrigoyen, y Pelagio Luna. El radicalismo llegaba al gobierno y se iniciaba una nueva etapa en la vida política argentina.
De la Torre explicó en una carta los motivos del fracaso electoral: «Las clases media y proletaria no se conforman con quedar libradas a los beneficios que puedan derivarse del «bienestar general». Quieren saber concretamente qué propósitos tienen los partidos políticos sobre las cuestiones que a ellas les interesan: participación de los obreros en las utilidades de las fábricas, limitación de las grandes ganancias y de las grandes fortunas, pensiones a la vejez, seguro de desocupación y otros puntos semejantes. No caben ya equívocos sobre las cuestiones sociales y del trabajo, por más que los conservadores argentinos no lo comprendan todavía” .
La incapacidad de las fuerzas conservadoras de articular un partido político moderno e integrado a la problemática nacional tendrá nefastas consecuencias. Estos sectores se irán apartando de la política institucional y acercando cada vez más a la vía autoritaria de acceso al poder a través del golpe de estado.
En octubre de 1920, tuvieron lugar las elecciones para constituyentes con el objetivo de reformar la Constitución provincial de Santa Fe. Los radicales obtuvieron 36 convencionales y los demócratas progresistas 24. La labor de la convención transformó a la nueva carta magna en una de las más avanzadas y progresistas de la época. Eliminó a la religión católica como credo del estado, dedicó un capítulo especial a los derechos laborales, creó la Corte Suprema de Justicia y un Jury de enjuiciamiento para los magistrados. El gobernador de la provincia, el radical alvearista Enrique Mosca, futuro candidato a vicepresidente por la Unión Democrática en 1946, rechazó todo lo actuado por la convención. De la Torre denunció el atropello del gobierno radical y lo calificó como «las conveniencias públicas entre factores poderosos: el presidente de la República, el gobernador, el clero católico, representante de los inmensos intereses conservadores y antidemocráticos de la sociedad».
En las elecciones de 1922 se produjo el recambio radical: Marcelo Torcuato de Alvear reemplazó a Hipólito Yrigoyen. Llegaba al gobierno el sector más conservador del radicalismo. De la Torre fue electo nuevamente diputado nacional y desde su banca promoverá proyectos de ley de fomento de las cooperativas y de expropiación de frigoríficos extranjeros.
La vida privada de De la Torre era un misterio aún para sus amigos más cercanos. No se le conocieron noviazgos ni compañías femeninas. Sólo trascendió que mantenía una respetuosa amistad con su comprovinciana Elvira Aldao de Díaz.
En 1926, en vísperas de terminar su mandato legislativo, desanimado y sintiéndose muy solo con sus ideas, De la Torre anunció su retiro definitivo de la política. Se retiró a su estancia de Las Pinas en el límite de Córdoba con La Rioja. Allí lo irán a buscar en septiembre de 1930 los enviados de su viejo amigo, el general José Félix Uriburu, que se preparaba a derrocar a Hipólito Yrigoyen con el apoyo de los sectores conservadores. Uriburu le ofrece el ministerio del interior en el futuro gobierno. De la Torre lo rechaza porque, según dice, «el programa de Uriburu es más amenazador que el de Yrigoyen. El general desconfía de la capacidad del pueblo para gobernarse, no cree en la elevación moral de los hombres políticos y atribuye a las instituciones libres vicios orgánicos que la conducen a la demagogia. Yo creo exclusivamente en el gobierno de la opinión pública».
El llamado de los golpistas, que consuman sus planes el 6 de septiembre de 1930, inaugurando el nefasto ciclo de los golpes de estado en Argentina, saca a De la Torre de su retiro político. Regresó a Buenos Aires y tomó contacto con sus viejos compañeros de ideas y con la dirigencia del Partido Socialista. De estas reuniones surgió la Alianza Demócrata Socialista, que llevará a las elecciones nacionales del 8 de noviembre de 1931 la fórmula Lisandro De la Torre-Nicolás Repetto, que enfrentará al oficialismo representado por el binomio Agustín P. Justo-Julio A. Roca (hijo). El programa de la Alianza contemplaba las aspiraciones de las clases media y obrera en una época de crisis mundial y creciente desocupación y se adelantaba en sus postulados al New Deal llevado adelante a partir de 1933 por el presidente Franklin Delano Roosevelt en los Estados Unidos, base del estado benefactor que florecerá en distintas partes del mundo entre las décadas del 30 y del 40.
Pero la oligarquía en el poder retomó las viejas prácticas del fraude electoral, al que denominaron patriótico, porque, según sus ejecutores, se hacía para salvar a la patria del gobierno de la «chusma». Se consumó un escandaloso fraude en todo el país. Como en las épocas previas a la Ley Sáenz Peña, volvieron a votar los muertos, se quemaron urnas y se colocaron matones en las mesas de votación. Con estos métodos, la Alianza fue derrotada y asumió la presidencia el general Justo. De la Torre, presionado por sus amigos, aceptó ocupar una banca en el Senado de la Nación en representación del Partido Demócrata Progresista, que había triunfado en Santa Fe.
En 1932, en Ottawa, Canadá, ante la crisis, Inglaterra se reunió con sus colonias y ex colonias para reorganizar su comercio exterior. El Reino Unido decidió adquirir los productos que antes compraba a la Argentina, en Canadá, Australia y Nueva Zelanda.
En los sectores ganaderos exportadores argentinos hubo un gran desconcierto: la metrópolis los había abandonado. El gobierno de Justo, fiel representante de los sectores ganaderos exportadores, envió a Londres al vicepresidente Julio A. Roca (hijo) para tratar de llegar a algún acuerdo.
Hubo una cena de recepción donde Roca dijo sin ruborizarse que la Argentina era desde el punto de vista económico una parte integrante del imperio británico. Otro miembro de la delegación, director de los FFCC ingleses en Argentina no se quedó atrás y dijo a su turno que «la Argentina es una de las joyas más preciadas de su graciosa majestad».
Finalmente se firmó un tratado con el ministro de Comercio británico, Sir Walter Runciman.
Por el pacto Roca–Runciman, Inglaterra sólo se comprometía a seguir comprando carnes argentinas siempre y cuando su precio fuera menor al de los demás proveedores. En cambio, la Argentina aceptó concesiones lindantes con la deshonra: liberó los impuestos que pesaban sobre los productos ingleses y se comprometió a no permitir la instalación de frigoríficos argentinos.
Se creó el Banco Central de la República Argentina con funciones tan importantes como la emisión monetaria y la regulación de la tasa de interés, en cuyo directorio había una importante presencia de funcionarios ingleses. Finalmente, se le otorgó el monopolio de los transportes de la Capital a una corporación inglesa.
De la Torre denunció el acuerdo en el Senado por escandaloso y promovió el debate.
«El gobierno inglés le dice al gobierno argentino ‘no le permito que fomente la organización de compañías que le hagan competencia a los frigoríficos extranjeros’. En esas condiciones no podría decirse que la Argentina se haya convertido en un dominio británico, porque Inglaterra no se toma la libertad de imponer a los dominios británicos semejantes humillaciones. Los dominios británicos tienen cada uno su cuota de importación de carnes y la administran ellos. La Argentina es la que no podrá administrar su cuota. No sé si después de esto podremos seguir diciendo: «al gran pueblo argentino, salud« .
Dos años más tarde, en mayo de 1935, acusó por fraude y evasión impositiva al frigorífico Anglo. Aportó pruebas que comprometían directamente a dos ministros de Justo: Pinedo, ministro de Economía, y Duhau, ministro de Hacienda.
De la Torre probó cómo se ocultaba información contable en cajas selladas por el Ministerio de Hacienda y demostró hasta dónde llegaba la impunidad de los frigoríficos ingleses tras la firma del pacto Roca-Runciman. Las entradas para el debate se agotaban y la gente hacía largas colas para escuchar y alentar a Lisandro.
Las denuncias hicieron evidentes las conexiones del gobierno con otros negociados. El nivel de las discusiones en el senado fue subiendo de tono hasta que se decidió hacer callar a De la Torre. Un matón del Partido Conservador, el ex comisario Ramón Valdez Cora, atentó contra la vida del senador y mató a su amigo y compañero de bancada Enzo Bordabehere. Se dio por terminado el debate.
Pero el ataque a De la Torre no había terminado. El gobierno de Justo decretó la intervención a la provincia de Santa Fe, derrocando al gobierno demócrata progresista de Luciano Molinas. De la Torre se mostró abatido y confesó su voluntad de abandonar la política. Una de sus últimas intervenciones en el Senado tuvo lugar en ocasión del debate del proyecto de Ley sobre represión del comunismo. Dirá entonces: «El peligro comunista es un pretexto, es el ropaje con que se visten los que saben que no pueden contar con las fuerzas populares para conservar el gobierno y se agarran del anticomunismo como una tabla de salvación. Bajo esa bandera se pueden cometer toda clase de excesos y quedarse con el gobierno sin votos. Yo soy un afiliado a la democracia liberal y progresista, que al proponerse disminuir las injusticias sociales trabaja contra la revolución comunista, mientras los reaccionarios trabajan a favor de ella con su incomprensión de las ideas y de los tiempos» .
Terminado el debate, De la Torre presentó su renuncia al Senado y se retiró a su casa de la calle Esmeralda 22, de la que sólo salía para brindar alguna conferencia o participar en homenajes a viejos amigos de ideas como Aníbal Ponce. En 1938, sus amigos le prepararon un cumpleaños sorpresa. De la Torre cumplía 70 años y se lo notaba muy apesadumbrado. Hacía pocos días había fallecido su madre y comenzaba a rondar por sus ideas el fantasma de Alem. Lentamente, comenzó a despedirse de sus allegados y de sus cosas más queridas hasta que, al mediodía del 5 de enero de 1939, puso fin a su vida disparándose un balazo al corazón.
Junto a su cadáver se encontró una carta dirigida a sus amigos: «Les ruego que se hagan cargo de la cremación de mi cadáver. Deseo que no haya acompañamiento público ni ceremonia laica ni religiosa alguna. Mucha gente buena me respeta y me quiere y sentirá mi muerte. Eso me basta como recompensa. No debe darse una importancia excesiva al desenlace final de una vida. Si ustedes no lo desaprueban, desearía que mis cenizas fueran arrojadas al viento. Me parece una forma excelente de volver a la nada, confundiéndose con todo lo que muere en el Universo. Me autoriza a darles este encargo el afecto invariable que nos ha unido. Adiós” .
Recibirás noticias y ofertas de Argentina