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Hipólito Yrigoyen

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Hipólito Yrigoyen nació en Buenos Aires, 13 de julio de 1852, cuyo nombre completo era Juan Hipólito del Sagrado Corazón de Jesús Yrigoyen.

Hipólito Yrigoyen fue un político argentino que alcanzó en dos ocasiones la presidencia de la República (1916-1922 y 1928-1930). Cursó sus primeros estudios en el Colegio San José de los padres bayoneses y más tarde en el Colegio de la América del Sur. Ingresó después en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, pero no consta que lograra recibirse con el título de abogado.

La situación económica de su familia le obligó a trabajar desde su temprana juventud en empleos modestos, que desempeñó sucesivamente en una compañía de transportes, en las oficinas de un abogado y luego en el Estado, como escribiente de la contaduría general, en 1870. Dos años más tarde obtuvo el puesto de comisario de policía de una de las parroquias en las que se dividía en el plano político y administrativo la ciudad de Buenos Aires.

También desde muy joven se sintió atraído por la actividad política, y este interés lo indujo a participar en los acontecimientos turbulentos de la revolución encabezada por el general Bartolomé Mitre en 1874, aunque luego apoyó a la facción del gobierno y del candidato a presidente electo Nicolás Avellaneda. En 1877 se alejó del cargo de comisario que todavía ocupaba, al parecer por cuestiones políticas que no quedan del todo claras, y en 1878 logró imponerse como candidato a diputado provincial hasta que los sucesos de 1880 y la federalización de Buenos Aires dieron fin a su mandato.

Sin embargo, en ese mismo año resultó electo en los comicios realizados a fin de sustituir a los diputados que habían quedado cesantes; Hipólito Yrigoyen se desempeñó en el cargo durante dos años, al cabo de los cuales se retiró a la vida privada. En este período atendió a la administración de campos de su propiedad situados en la provincia de Buenos Aires y a la enseñanza en un instituto de estudios superiores.

La llamada «Revolución del 90» lo encontró entre sus más entusiastas protagonistas, y a partir de entonces Yrigoyen ya no volvió a abandonar la vida pública. Durante los sucesos de la revolución, uno de cuyos cabecillas era su tío Leandro N. Alem, Yrigoyen fue propuesto y aceptado por las fuerzas revolucionarias para ocupar el cargo de Jefe de Policía en caso de que se concretase el triunfo y se impusiera un gobierno provisional.

A partir del 90 pasó a ser una figura significativa de la política argentina. El presidente de la república, Carlos Pellegrini (1890-1892), lo instó a participar en negociaciones entre los partidos políticos en pugna, y su sucesor en la presidencia, Luis Sáenz Peña (1892-1895), lo invitó incluso a incorporarse a su gabinete; pero Yrigoyen, animado por una férrea intransigencia con respecto al régimen político de la época, rechazó ambos ofrecimientos.

De hecho, 1893 lo encontró nuevamente involucrado en una revolución, esta vez al frente de los sublevados, en su calidad de presidente del Comité Central bonaerense de la recientemente fundada Unión Cívica Radical. Durante los sucesos del 93, Yrigoyen logró involucrar en el movimiento a un importante número de oficiales del ejército, dirigió personalmente las operaciones militares y participó en la ocupación de varias ciudades de la Provincia de Buenos Aires. Fue proclamado por la revolución gobernador de la Provincia, pero renunció al cargo, que fue ocupado por Juan Carlos Belgrano hasta que el gobierno nacional, encabezado entonces por Manuel Quintana, intervino la Provincia.

El sistema electoral vigente entonces en la Argentina daba lugar a abusos y manejos por parte de quienes ejercían el poder político, de modo que el único medio que los radicales vislumbraban para la conquista del poder era la abstención electoral y la lucha armada. Por ello, el 4 de febrero de 1905 explotó una tercera revolución radical encabezada nuevamente por Yrigoyen que logró ocupar parte de la capital y algunas ciudades de la provincia, pero fue finalmente sofocada por el ejército. Yrigoyen resultó entonces proscripto, pero una ley de aministía le permitió volver a hacerse cargo de sus funciones como dirigente del partido radical.

Fue entonces, en 1912, cuando se sancionó la llamada «Ley Sáenz Peña», que garantizaba el voto universal, obligatorio y secreto para los varones adultos y la representación para la primera minoría, con lo que la Unión Cívica Radical decidió volver a participar de las elecciones. La idea de la élite política gobernante era que la oposición radical no pasaría de obtener la minoría en el mejor de los casos, pero en los comicios del 2 de abril 1916 Yrigoyen resultó electo presidente de la república acompañado en la fórmula por Pelagio B. Luna. Al asumir el cargo el 12 de octubre de ese mismo año, Yrigoyen fue llevado en andas por sus simpatizantes desde el congreso de la nación hasta la casa de gobierno, por una distancia de más de un kilómetro y medio.

La política de Yrigoyen no introdujo novedades sustanciales en la economía argentina, ligada entonces al mercado mundial a través de la exportación de alimentos -sustancialmente cereales y carnes- y la importación de productos manufacturados. Sus preocupaciones eran esencialmente político-institucionales, y por lo demás casi nadie consideraba importante realizar cambios en un modelo económico que había consagrado al país como «granero del mundo».

La Primera Guerra Mundial (1914-1918) favoreció en principio las exportaciones argentinas a los países beligerantes y activó la producción de manufacturas para reemplazar las importaciones que a causa de la guerra no llegaban regularmente al país. Pero al finalizar el conflicto se vio resentido lo que constituía el «motor» de la economía argentina, al desacelerarse el ritmo de su comercio exterior, lo que puso al gobierno radical ante situaciones de difícil resolución. Yrigoyen no pudo más que seguir una política relativamente restrictiva del gasto público, situación nada fácil por el hecho de que su partido, representante de las clases medias de origen inmigratorio en ascenso, recibía fuertes presiones para premiar fidelidades políticas con cargos y empleos en el aparato del Estado.

Por otra parte, la conflictividad social del momento dio lugar a importantes protestas obreras, conducidas en general por dirigentes anarquistas. La más significativa es la que se produjo en enero de 1919 en la ciudad de Buenos Aires, que se conoce con el nombre de «Semana Trágica». Durante esos días la ciudad fue escenario de tiroteos entre obreros y policías, y por primera vez el ejército tomó parte en la represión. Hubo gran cantidad de víctimas e incluso se organizaron pogromos contra los inmigrantes judíos, acusados de llevar a la Argentina el comunismo que recientemente había tomado el poder en Rusia. Otros hechos de gravedad se produjeron durante las huelgas en la Patagonia en 1921, donde la protesta anarquista fue aplastada por el ejército con notable ferocidad.

En cuanto a la política exterior, el gobierno radical se mantuvo en todo momento neutral, a pesar de que se produjeron algunos incidentes con el gobierno imperial alemán (en 1917 un barco mercante argentino fue hundido por un submarino alemán y el embajador del imperio fue expulsado, acusado de transmitir mensajes agraviantes para el país) y de que el gobierno entabló negociaciones muy ventajosas con los aliados para la venta de productos argentinos. Una delegación argentina presidida por el ministro de relaciones exteriores Honorio Pueyrredón y en la que participaba además el ministro plenipotenciario argentino en Francia, Marcelo T. de Alvear, tomó parte en las sesiones de la Liga de las Naciones inauguradas en 1920. En ellas propusieron ciertas enmiendas al Pacto de la Liga que tendían a limitar su alcance político, lo que suscitó desacuerdos y determinó el retiro de la delegación argentina.

En el plano interno, el primer gobierno de Hipólito Yrigoyen se decidió a reafirmar su autoridad en relación a las oposiciones surgidas en algunas provincias, acudiendo abundantemente a la intervención federal. Ello se explica por el hecho de que el triunfo en las elecciones de 1916 no había sido aplastante, y la oposición conservaba amplios espacios de poder en las cámaras y en los gobiernos y legislaturas provinciales. Durante este período se produjeron veinte intervenciones que afectaron a las provincias de Mendoza, San Juan, Salta, Jujuy y Tucumán.

En 1928, después del interregno del gobierno del también radical Marcelo T. de Alvear (1922-1928), Yrigoyen volvió a presentar su candidatura a las elecciones nacionales del 1 de abril de 1928, que ganó esta vez rotundamente: 839.140 votos contra 439.178 de la segunda lista. El partido estaba ya dividido en dos corrientes antagónicas: la «personalista» dirigida por Yrigoyen y la «antipersonalista» capitaneada por Alvear, cuyos candidatos fueron quienes obtuvieron el segundo lugar en las elecciones. Esta vez la diferencia de votos permitió a Yrigoyen la organización de un gobierno de corte más «popular», es decir, integrado en mayor medida por miembros conspicuos de las clases medias en ascenso.

Pero el presidente era ya anciano y pronto las dificultades comenzaron a multiplicarse. Se acusaba al gobierno de despilfarro de los caudales públicos en favor de sus partidarios, a quienes se premiaba con cargos y empleos en el Estado, mientras crecía en el interior del radicalismo la puja por definir quién sería el sucesor de un presidente cuyo fin se vislumbraba próximo. A estas circunstancias se sumaban las crecientes dificultades financieras del Estado en un contexto internacional poco favorable, y en consecuencia la oposición política aumentó, dentro y fuera del partido.

De hecho, las elecciones parlamentarias del 2 de marzo de 1930 arrojaron resultados por demás negativos para el gobierno. El 9 de agosto de 1930 un grupo de radicales opositores declaró que el sistema republicano había sido anulado en los hechos, y la conspiración militar empezó a cobrar forma apoyada por pequeños pero muy activos grupos nacionalistas y por gran parte de la prensa.

El general Dellepiane, ministro de guerra, denunció ante el gobierno lo que era un secreto a voces, es decir, la inminencia de un golpe de estado del que no existían antecedentes inmediatos en la historia argentina, pero al no ser atendido dimitió al cargo. Los estudiantes universitarios exigían la renuncia de Yrigoyen y llegaron a manifestarse contra él frente a la casa de gobierno. Eenfermo, cercado, desprestigiado y carente del mínimo consenso político necesario, Yrigoyen dejó el gobierno en manos del vicepresidente Enrique Martínez, quien decretó el estado de sitio, pero no pudo impedir que, el 6 de septiembre de 1930, el primer golpe de estado de la Argentina contemporánea interrumpiese el régimen constitucional.

Yrigoyen renunció a la presidencia de la República y fue encarcelado en un regimiento, para ser luego confinado en la Isla Martín García, frente a Buenos Aires, hasta que en 1932 quedó en libertad, beneficiado por un indulto del general Agustín Pedro Justo que, sin embargo, Yrigoyen se permitió rechazar. A su arribo al puerto de Buenos Aires fue recibido por una concurrida manifestación popular, pero poco después se lo obligó a volver a su confinamiento en Martín García. Su segundo regreso a la capital, con permiso por motivos de salud, tuvo lugar en enero de 1933. Fallecido poco tiempo después, su entierro convocó a una multitud de ciudadanos.

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