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Ricardo Balbin

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Ricardo Balbín nació en Buenos Aires el 29 de julio de 1904. Su padre, Cipriano Balbín era encargado del coche comedor del Ferrocarril del Sud, lo que impedía que la familia tuviera un lugar fijo de residencia. Cuando Ricardo tenía cinco años, su madre, doña Encarnación Morales, enfermó gravemente y debió trasladarse a España para realizar un prolongado tratamiento.

En 1916, tras completar la escuela primaria en Ayacucho, provincia de Buenos Aires, se traslada a la Capital Federal. Asiste a la asunción de Yrigoyen y queda profundamente impresionado por la multitud que festeja la llegada al gobierno del primer presidente constitucional elegido sin fraude gracias a la recientemente sancionada Ley Sáenz Peña. Por esos años cursa sus estudios secundarios en el Colegio San José, donde se graduará con diploma de honor. En 1921 se inscribe en la Facultad de Medicina y conoce a Arturo Illia, quien lo pone en contacto con los jóvenes radicales. Pero a poco de comenzar la carrera, debe abandonarla por la mala situación económica familiar. En 1922, se muda a La Plata donde obtiene su libreta cívica y se afilia a la Unión Cívica Radical. Su nueva residencia en una ciudad con un movimiento estudiantil tan dinámico influye en un aumento de su compromiso político y lo decide a cambiar su vocación y a inscribirse en 1924 en la Facultad de Derecho de la que pronto será delegado ante la Federación Universitaria de La Plata.

Tras una breve y brillante carrera obtiene, en 1927, el título de abogado pero en pocas ocasiones ejercerá la profesión ya que se dedicará de lleno a la actividad política.

En uno de sus constantes viajes de La Plata a Buenos Aires, conoce a Indalia Ponzetti, una joven maestra de Lanús que se transformará en la compañera de toda su vida y le dará tres hijos, Lía Elena, Osvaldo y Enrique.

En 1928, Yrigoyen llega nuevamente al poder venciendo al sector alvearista del radicalismo por una abrumadora mayoría de votos. Esta segunda presidencia del caudillo estuvo marcada por los conflictos en las provincias, muchas de ellas en manos conservadoras, y las intervenciones federales decididas por el poder central. Al decretarse la intervención a la provincia de Mendoza, Ricardo Balbín es designado fiscal del crimen. Tras una breve residencia en la ciudad cuyana, regresa a Buenos Aires y concentra sus tares en el comité provincial de la UCR ubicado entonces en la calle Moreno entre Matheu y Alberti. Desde allí irá consolidando su posición en el partido y tejiendo alianzas con correligionarios de los distintos pueblos y ciudades bonaerenses que lo llevan a ser electo presidente de la primera sección electoral en La Plata.

El golpe del 6 de septiembre de 1930 derroca a Hipólito Yrigoyen e instala la dictadura de José Félix Uriburu. El nuevo gobierno convoca a comienzos de 1931 a elecciones en la provincia de Buenos Aires, donde, para sorpresa de Uriburu, triunfa el candidato radical Honorio Pueyrredón. Balbín es electo diputado provincial. Pero las elecciones son anuladas por la dictadura.

En 1932, tras su fracaso electoral y sin apoyos serios a su plan de reforma constitucional, Uriburu renuncia y convoca a elecciones. Triunfa la fórmula Agustín P. Justo-Julio A. Roca (hijo). El nuevo gobierno expresaba fielmente los intereses de los sectores más concentrados de la oligarquía agroexportadora e implanta nuevamente el fraude electoral al que denominan patriótico porque evitaba según sus propias palabras, el retorno de la chusma al gobierno del país.

En julio de 1933, muere Yrigoyen y su multitudinario entierro es un lugar de encuentro de los radicales que ratifican su voluntad intransigente de no participar en elecciones fraudulentas, siguiendo los preceptos del fundador del partido Leandro Alem.

Pero la UCR, bajo la conducción de Marcelo T de Alvear, abandona en 1934 la abstención y decide participar en las elecciones convocadas por el régimen.

En 1938, es electo presidente Roberto Ortiz, un radical alvearista que intenta erradicar el fraude electoral gracias al cual había llegado a la presidencia.

El 25 de febrero de 1940, se producen las elecciones legislativas en la provincia de Buenos Aires, gobernada por el conservador Manuel Fresco. Fresco que ostentaba en su despacho de La Plata los retratos de Hitler y Mussolini, era un importante gestor y artífice del fraude en el principal distrito electoral del país.

Ricardo Balbín era candidato a primer diputado y había prometido que, de ser electo en elecciones en las que se hubiera practicado el fraude, renunciaría de inmediato a su banca. El fraude fue escandaloso y Balbín renunció. La magnitud del fraude llevó al presidente Ortiz a decretar, el 8 de marzo de 1940, la intervención a la provincia.

A mediados de 1942, Ortiz debió renunciar a la presidencia por motivos de salud. Asumió la primera magistratura el hasta entonces vicepresidente, el conservador Ramón Castillo, que reimplantará las prácticas del fraude electoral. Las muertes ese mismo año de Agustín P. Justo y Marcelo T. De Alvear empobrecen el panorama político electoral. Castillo propone como candidato a sucesor a Robustiano Patrón Costas, un terrateniente salteño favorable a los aliados en la guerra que se desenvolvía en Europa.

Frente a este panorama y ante un clima de creciente agitación sindical, el 4 de junio de 1943 las fuerzas armadas dirigidas por el Grupo de Oficiales Unidos (GOU), una logia de militares favorables al eje nazi-fascista, concretan un nuevo golpe de estado desplazando a Castillo del gobierno. Entre los golpistas comienza a destacarse la figura del Coronel Juan Domingo Perón que irá ocupando, desde 1943, los cargos de secretario de Trabajo y Previsión, ministro de Guerra y vicepresidente de la República.

A poco de producido el golpe, Ricardo Balbín funda dentro de la UCR la corriente interna llamada Revisionismo Bonaerense, a la que se incorporan importantes dirigentes como Oscar Alende, Crisólogo Larralde y Moisés Lebensohn.

La nueva agrupación llama la atención del Coronel Perón, quien convoca a Balbín a una reunión en el ministerio de guerra con el objetivo de sumarlo a su causa. Balbín agradece el convite pero prefiere continuar con su identidad partidaria.

Los diversos sectores intransigentes del radicalismo encuentran un punto de encuentro y unidad en el Movimiento de Integración y Renovación y en el programa de Avellaneda redactado a principios de 1945 y firmado por Balbín, Larralde, Lebensohn y Alejandro Gómez entre otros. Sus propuestas centrales se basan en otorgarle al estado un rol protagónico en el desarrollo nacional. Plantean la reforma agraria, la nacionalización de las fuentes de energía y los servicios públicos y la reforma financiera. Proponen un seguro social obligatorio y una legislación protectora de los trabajadores. Reconocen el derecho de huelga y promueve la ampliación del sistema educativo. En el plano internacional sostienen el principio yrigoyenista de la libre determinación de los pueblos.

Hacia fines de 1945, tras los decisivos episodios del 17 de octubre, la Convención Nacional de la UCR, con la oposición de los intransigentes y la delegación cordobesa, decide participar de un frente electoral antiperonista integrado por el Partido Socialista, el Partido Comunista, los Demócratas Progresistas y sectores conservadores.

A pesar de la derrota electoral del 24 de febrero de 1946, los radicales consiguen 44 bancas en la Cámara de Diputados y Ricardo Balbín es electo presidente del bloque radical.

Durante el gobierno peronista Balbín sufrirá censura y persecuciones. En 1949 será expulsado del parlamento bajo el cargo de desacato y encarcelado en el penal de Olmos.

A poco de recuperar la libertad se presenta como candidato a gobernador de la Provincia de Buenos Aires pero será derrotado por el peronista Domingo Mercante. El día de los comicios, Balbín vuelve a ser detenido.

Al año siguiente Perón lo indulta y es liberado justo a tiempo para aceptar la candidatura a presidente de la Nación que le ofrece la Convención Nacional de la UCR para las elecciones de 1952.

Perón, habilitado a la reelección por la Reforma Constitucional de 1949, derrota a Balbín con el importante aporte del voto femenino impulsado por Evita.

En 1954 vuelve a ser detenido y encarcelado.

Tras los bombardeos sobre la Plaza de Mayo, perpetrados el 16 de junio de 1955 por la aviación naval con el objetivo de matar a Perón, que provocaron unos 355 muertos, grupos de peronistas queman varias iglesias de Buenos Aires responsabilizando a una alianza eclesiástico-militar del frustrado golpe de estado. La gravedad de la situación llevó a Perón a liberalizar los férreos mecanismos de censura y a abrir los micrófonos de las radios a la oposición. El 21 de junio Balbín habló por radio y expresó entre otras cosas: «lamentamos que el gobierno haya reconocido tan tarde que el radicalismo no se ha opuesto a las conquistas sociales; este retraso ha creado un clima de desconfianza perjudicial para la obra común al servicio del pueblo».

El 16 de septiembre de 1955, Perón fue derrocado por la llamada “Revolución Libertadora”. El radicalismo apoyó al nuevo gobierno y se incorporó a la Junta Consultiva.

En 1957, las disidencias internas en torno a la relación con el peronismo depuesto llevaron a la fractura del radicalismo que se divide en la Unión Cívica Radical del Pueblo, liderada por Balbín, y la Unión Cívica Radical Intransigente, liderada por Frondizi.

En las elecciones nacionales de 1958, triunfa el candidato de la UCRI con el apoyo del peronismo.

En 1962, tras el derrocamiento de Frondizi y en pleno conflicto militar de azules y colorados, Balbín propone sin éxito la conformación de una Asamblea de la Civilidad para defender las instituciones democráticas.

En 1963, Balbín se niega a ser candidato presidencial por la UCRP y le cede el lugar a Arturo Illia quien será proclamado presidente con el 25% de los votos frente al importante voto en blanco peronista. Durante el gobierno de Illia, Balbín cumplirá un importante rol consultivo como presidente del partido y participará activamente en la conformación del gabinete.

Tras el derrocamiento de Illia por el golpe del general Juan Carlos Onganía, el 28 de junio de 1966, Balbín comienza a abandonar lentamente su tradicional antiperonismo y a acercarse a algunos sectores partidarios y sindicales para organizar un frente cívico opositor a la dictadura. En 1970, la UCR, el justicialismo, el conservadurismo popular, los socialistas y otras fuerzas políticas lanzan un documento titulado: Sin solución política es impensable una solución económica, que lleva las firmas de, Horacio Thedy y Jorge Paladino, delegado personal de Perón. Nacía así la «Hora del pueblo», una agrupación multipartidaria que se proponía la recuperación de las instituciones democráticas.

En 1971, el presidente de facto, general Alejandro Agustín Lanusse, convoca a elecciones nacionales sin proscripciones. El radicalismo elige en 1972 su candidato a presidente en elecciones internas. Ricardo Balbín derrota a Raúl Alfonsín e integra la fórmula presidencial junto a Eduardo Gamond.

El 17 de noviembre de 1972, Perón regresa al país tras 17 años de exilio. A poco de llegar, expresa su voluntad de encontrarse con Balbín. El encuentro se concreta y los líderes de las dos fuerzas políticas mayoritarias se prometen apoyo mutuo.

El líder radical cierra su campaña electoral con una frase en la que reconocía sus escasas posibilidades de triunfar frente a la avalancha peronista: «El que gana gobierna y el que pierde ayuda».

El 11 de marzo de 1973, la fórmula peronista, Héctor Cámpora-Vicente Solano Lima, se impone cómodamente por casi el 50 % de los votos.

La renuncia de Cámpora a mediados de julio abrió el camino a Perón para presentarse finalmente como candidato a presidente por tercera vez. Sectores radicales y peronistas sugirieron el binomio Perón-Balbín, como la fórmula de la unidad nacional. Pero la presión de los aparatos partidarios tanto del peronismo como del radicalismo hizo que la idea no se concretara.

Los viejos adversarios vuelven a enfrentarse. Esta vez, Balbín completa su fórmula con un joven dirigente radical, Fernando de la Rúa. En las elecciones del 23 de septiembre de 1973, el triunfo peronista es aplastante. Perón se impone con el 61 % de los votos frente al 21 % de la UCR.

En octubre de 1973, Perón y su esposa, Isabel Martínez, asumen el gobierno. El nuevo mandatario se distancia notablemente de los sectores de la izquierda peronista, lo que agrava el conflicto interno en el movimiento. Crece notablemente la influencia de su secretario privado y ministro de Bienestar Social, José López Rega, y de los sectores de la ultraderecha vinculados a él. La situación económica se complica por la crisis mundial del petróleo y el pacto social, una tregua en los aumentos de precios y salarios firmada por la CGT y la CGE durante el mandato de Cámpora, comienza a hacer agua.

En medio de este sombrío panorama, el 1º de julio de 1974, moría Perón. Los partidos opositores acuerdan que sea Ricardo Balbín quien pronuncie el discurso de despedida del viejo líder peronista. Dijo en esa ocasión: «No sería leal si no dijera que vengo en nombre de mis viejas luchas, que por haber sido sinceras y evidentes, permitieron en estos últimos tiempos la comprensión final, y por haber sido leal a la causa de la vieja lucha, fui recibido con confianza en la escena oficial que presidía el presidente muerto». Concluyó diciendo: «Este viejo adversario despide a un amigo».

Tras la muerte de Perón, el ambiente político, económico y social se complica aún más y la presidenta Isabel Perón demuestra día a día que no está preparada para semejante responsabilidad. A mediados de 1975, la crisis económica estalla con el Rodrigazo, un brutal plan de ajuste impuesto por el ministro de economía Celestino Rodrigo, puesto en su cargo por López Rega. El conflicto social se generaliza y los gremios concretan la primera huelga general contra un gobierno peronista.

En este contexto, el radicalismo propone a través de Balbín conformar un gobierno de unidad nacional. La propuesta es rechazada por el justicialismo y se incrementa el clima golpista.

A mediados de marzo de 1976, y frente a la gravedad de las circunstancias, Ricardo Balbín, como líder de la oposición, se dirige al país por la cadena nacional de radio y televisión: «Algunos suponen que yo he venido a dar soluciones y no las tengo. Pero la hay. La unión de los argentinos para el futuro de los argentinos». Y parafraseando a Almafuerte concluyó: «Todos los incurables tienen cura cinco minutos antes de la muerte«.

Tras el golpe militar de marzo de 1976, el radicalismo decidió buscar apoyo internacional. En mayo de ese año Balbín asiste en Caracas a la reunión de la Internacional Socialista y se pronuncia contra la violencia guerrillera y por la vuelta de la democracia a la Argentina.

La actitud de Balbín frente a la dictadura fue de tácita adhesión. Llegó a decir que Videla era el general de la democracia. Cuando la presidenta de las Madres de Plaza de Mayo le reprochó en 1977 su nulo compromiso para esclarecer el destino de los desaparecidos le contestó: «Usted ocúpese de los muertos, que a mí me duelen, pero yo me ocupo de los vivos para que no mueran».

En 1980, produjeron un profundo rechazo entre los familiares de desaparecidos sus declaraciones a un diario español en las que señalaba: «Creo que no hay desaparecidos, creo que están muertos, aunque no he visto el certificado de defunción de ninguno». El informe de la CONADEP demostrará años más tarde que hubo desaparecidos con vida en los más de 400 campos de concentración hasta mediados de 1982.

En 1981, el reemplazo de Videla por Eduardo Viola, abrió un muy pequeño espacio político. El nuevo presidente inició una ronda de conversaciones con referentes partidarios. Balbín, junto a dirigentes políticos del radicalismo, el desarrollismo y la intransigencia, impulsa la creación de la «Multipartidaria», una especie de versión aggiornada de la Hora del Pueblo.

Pero la salud le jugará una mala pasada y no alcanzará a ver funcionando a pleno a ese nuevo ámbito democrático. A fines de agosto, es internado en una clínica de La Plata por complicaciones cardíacas y respiratorias. A los pocos días pasa a terapia intensiva y el 9 de septiembre de 1981, a los 77 años, moría Ricardo Balbín. Su entierro fue multitudinario y se constituyó en un lugar de encuentro de los partidarios de la democracia que cantaban al unísono: «se va a acabar la dictadura militar» y de los jóvenes radicales que acompañaban el cortejo fúnebre coreando una nueva versión de la marcha radical: «Adelante radicales, adelante sin cesar, no queremos dictaduras, ni gobierno militar».

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